Queridas hermanas y hermanos, hoy, el segundo domingo de Pascua, celebramos la fiesta de la Divina Misericordia. Pedro, en la segunda lectura, dice que Dios en su misericordia nos dio un nuevo nacimiento a través de la resurrección de Cristo. Como el Papa Francisco nos recuerda en Misericordia Vultus, “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre y la misericordia de Dios es el puente que nos conecta con Dios, abre nuestros corazones a la esperanza de ser amados para siempre a pesar de nuestra pecaminosidad”.
La misericordia de Dios que se nos muestra en Jesucristo nos exige. Tal como Cristo le dijo a sus apóstoles hoy, “como el Padre me envió a mí, yo también los envío”. Estamos siendo enviados hoy para ser la cara de la misericordia de Dios con nuestro mundo problemático. Cristo, en el evangelio de hoy, mostró un ejemplo de su corazón misericordioso cuando invitó a Tomas a tocar sus heridas para convencerse de que era él. Él hace lo mismo con cada uno de nosotros mostrándonos su corazón compasivo a pesar de nuestras debilidades y fallas.
Queridas hermanas y hermanos, hoy hay tanto miedo y dudas entre muchos, como lo fue con los apóstoles, quienes en el evangelio, cerraron sus puertas por temor a los judíos. Muchas personas han cerrado a Cristo por miedo y preocupación por el coronavirus. Cristo, por su misericordia, quiere entrar en tu miedo ahora. Él quiere fortalecerte para que puedas ser el rostro de la misericordia de Dios con otros que también tienen miedo.
La primera lectura nos proporciona el camino para venir a Cristo hoy a través del ejemplo de los primeros cristianos. Una es escuchar las enseñanzas de los apóstoles y permanecer fieles a la verdad de nuestra fe. El otro es compartir la vida comunitaria, partiendo el pan y rezando. Nuestras relaciones comunitarias nos llaman a ser los guardianes de nuestros hermanos, especialmente en este momento de incertidumbre.
Podemos hacer eso proporcionándoles; donar dinero a los menos privilegiados, ofrecer alimentos a las personas mayores, comunicarse con amigos y vecinos a través de llamadas telefónicas. Sobre todo, debemos rezar por todos, que es el mejor regalo que podemos dar a los demás ahora. Estar en casa nos brinda más tiempo para orar. Aunque no es posible poder visitar a otros, al menos recemos por ellos.