En la Primera Lectura de hoy, Isaías dice que la Palabra de Dios no puede volver a él sin lograr el fin para el cual fue enviada. Cada vez que escuchamos la Palabra de Dios, tenemos dos opciones ante nosotros: aceptarla o rechazarla. Eso es lo que escuchamos en el Evangelio, donde algunas semillas cayeron en el camino y fueron devoradas por los pájaros, otras en tierra pedregosa y quemadas por el sol, otras en espinas y asfixiadas y, finalmente, algunas en tierra buena.
Queridos hermanos y hermanas, la pregunta que tenemos ante nosotros hoy es, ¿a cuál de estos grupos pertenecemos? Cuando aceptamos la Palabra de Dios y actuamos en consecuencia, somos bendecidos y cuando la rechazamos, estamos condenados. Hoy, todos estamos llamados a prestar atención a nuestra relación con la Palabra de Dios, que recibimos cada minuto de vida, incluido el que el Señor nos está comunicando en esta misa.
Cada acción que hacemos en la vida, estamos tomando la decisión de aceptar o rechazar la Palabra de Dios. Nunca hay una acción neutral en la vida. Cada una de nuestras acciones es una expresión de una elección a favor o en contra de Dios. Cada respuesta positiva a la Palabra de Dios siempre da fruto, como Jesús dijo acerca de la semilla que cayó en tierra buena, produciendo frutos, ya sea cien, sesenta y treinta.
Al aceptar la Palabra de Dios en nuestras vidas, estamos esperando que de fruto. Significa que nunca es algo privado. No debemos mantenerlo en nuestros espacios privados, sino permitir que brille sobre los demás a medida que los ponemos en acción, guiando-orientando a los demás. Permitir que la Palabra de Dios dé fruto en nuestras vidas a veces es doloroso. Muchas veces, la exigencia que nos hace la Palabra de Dios implica sufrimiento de nuestra parte. Es como la semilla que se rompe para el desarrollo y florecimiento de una planta.
Pero recuerde lo que dice San Pablo mientras sufrimos a causa de la Palabra de Dios, nuestros sufrimientos nunca pueden ser en vano, ya que no se pueden comparar con la gloria que se nos revelará. La palabra de Dios es Dios mismo como nos dice Juan. ¡Solo en Él podemos tener paz tanto ahora como en el futuro!